Balumbas de costa dormida
Se despluma en los tejados
una paloma de acacia
fina garúa de trébol
tapiza vidrio y distancia.
Con la armónica de río
la noche araucana canta.
Es el viento en los pehuenes
su nostálgica balada.
Se vuelve clarín de pena
la oveja rezagada.
Hermana negra la sigue
bajando de la montaña.
La luna hace jeroglíficos
de sardinas en el agua.
Un encaje de azucenas
está tejiendo la playa.
Morena de mis orillas
y olorosa de retamas.
Cuando pases a la fuente
acaso me broten alas.
Todos los días te pienso
semillero de esperanzas.
Y ahora que estás crecida
tengo de lilas el alma.
Niña de los quince juncos.
Para quererte me puse
este chamanto de luna,
niña de la dalia blanca
niña de la voz de música.
Espuela de girasoles
para llamar tu dulzura,
y toda mi alma la tengo,
por ti, vestida de fucsia.
Suave mar de terciopelo,
dos canastillos de luna.
El trébol está llorando
por ver el alba desnuda.
Por las caderas de mimbre
que nadie las tuvo nunca,
yo, de recoger estrellas,
ya tengo el ansia madura.
Sin embargo tu velero
no quiere torcer la ruta
y mi puerto de caricias
está quemando su brújula.
Niña de los quince juncos,
por esta ávida sed única,
déjame pasar al huerto
para comerme las uvas.
Camino del embarcadero antiguo.
Entre cuatro chozas,
solitario, muerto.
Vestido de musgo
le crece a los techos.
Lagarto de arena
se come los huertos,
y el camino solo
margina al estero.
La sal de los mares
lo bautiza viejo,
las hembras del agua
le muestran los senos.
Nadie quiere lomo
del antiguo camello,
ni estiban los frutos
los blancos veleros.
En las tablas grises
del embarcadero,
la soledad carga
sacos de recuerdos.
Gusano lavado
por aguas de invierno,
se viene sinuoso
reptando los cerros.
Le nacen las piedras,
colmillos de perro;
los sauces no llenan
abandono yermo.
Ni hojas de boldo
aroman su cuerpo
ni las niñas bajan
con cestas de peumos.
Si llega la tarde
la arrea el silencio,
o silba en los quiscos,
mulero del viento.
Pluviosas, heladas,
pacen su abolengo
ovejas marinas
que no tienen dueño.
Los pájaros trazan,
en campos de cielo,
bandada de rosas
o fuga de ciervos.
No hay nada que diga
de rudos loberos
ausencia de pieles,
de ron y de ajenjo.
Gitana de nácar,
la novia del tiempo,
deshoja entre nubes,
monedas de trébol.
Y cuando regresan
los caballos negros,
yo miro mis manos
hilando recuerdos.
Adiós de pájaros
Se que será una tarde
con gaviotas de verano,
como veleros de espuma
surcarán por el espacio;
sin masacre de recuerdos
o sin lirios deshojados,
solo cuatro voces blancas
ancladas sobre las manos.
La brisa fresca del valle
cortará seda en los álamos
y una abeja de esperanza
nos pondrá de miel los labios;
la garza de tu pañuelo
no volará en el ocaso
cuando mi sombra se pierda
por la orilla de los barcos.
Será paloma dormida
mi palabra en tu regazo
y un heliotropo distante
la prisión de tus encantos,
tal vez un eco de lilas
volviendo de aquel milagro
y en las redes de la tarde
como rosario de sándalo.
Pero sé que nos iremos
así como los pájaros,
tú, por la senda del bosque
irás cogiendo retamos;
yo, por la playa desierta
seré como el mar, cantando,
y estaremos más ausentes
que antes de encontrarnos.
Ya no pondremos los ojos
quietos como los remansos,
cuando miraba ti cielo
como un almendro nevado,
cuando cogías mi rostro
en una cesta de raso
y era el mismo silencio una rosa
mordida por nuestros pasos.
Ni la música encendida
en el jardín tuyo y blanco,
crecieron flores de bruma
y ríos de hielos entre ambos;
mi brújula de horizontes
no tiene norte marcado
y ahora no es un jacinto
tu corazón en mis brazos.
Bosquejo en gris mojado
Un caserío de trome
sobre la arena se esfuma.
Por los senos de la costa
turbios collares de lluvia,
van agrupando espejos
en las alforjas desnudas.
Trineos de vidrio bajan
desde las ramas oscuras.
En el país de los barcos
crecen montañas de luna,
y en el ojal de las playas
ponen sus flores de espuma.
En el regazo del valle
reptan culebras de música.
Deseo en viaje real
Buda tejiendo pagodas azules,
clavelina con tul de madrugadas;
en mi nítido mundo de heliotropos,
mariposa de seda en las palabras.
Campanario de pájaros distantes,
presentido pescador de tu dársena;
me llama un pálido tambor de rosas
desde tu regazo de dunas ávidas.
Me nacen trepadoras en las manos
por esa flor de luna solitaria,
por ese campo de madura espiga,
por esa herida que en música me habla.
Se me llenan de fucsias los silencios
y una serpiente por la piel me anda,
me vuelvo marea de crepúsculos
sobre la dócil playa de mis sábanas.
Me persiguen murciélagos de fuego
por tu presencia desnuda y grávida,
por tu valle con raíces de sombra
y por tu desierto de acacia en llamas.
Cómo espero el invierno de las lilas
y el eclipse del lirio en tu ventana.
un blanco palomar de soledades
es ahora prisionero de mi alma.
Nocturno en el remanso
Tibia mano oscurecida
busca limosna de cielo.
La guitarra de los tromes
juega canciones de enero.
Hablan mapuche verde
el boldo con el canelo.
Los peces de lago grande
no visten color de trébol.
Dormitan su quena agreste
las loicas y los jilgueros.
Y en un anillo de hojas
se queda rumiando el viento.
Ovejas de plata antigua
arrea pastor del tiempo.
Vienen buscando el agua
por las ventanas del cerro.
Dos pumas de tenue almendra
asechan un cauce muerto.
Están lamiendo la felpa
mansa y azul del estero.
Siempre las cojo mojadas¡
con esta red de mi ensueño.
Bajo una lluvia de juncos
crecida flor de silencios.
Angarilleros del último viaje
Bandeja de muerte
en cuatro pilares.
Muelle de madera
del último viaje.
Angarilla lenta
por los arenales.
El cielo esquilaba
vellones de sangre.
Por la orilla sola
rezongaba el aire.
Y en las cuatro tablas
ladrón de los mares.
Ocho lunas grises
recogiendo al valle.
Cuatro mariposas
por las soledades.
Las lunas de vidrio
sin mirar a nadie.
Sus campanas verdes
tocaban los sauces.
Angarilla al hombro
por Caleta Grande.
Cuatro pescadores
que besó la tarde.
Consejo de pena y distancia
En tus pozos de almendra,
columpio de mis garzas,
y en tu cielo de rosas
hay rastrojo de aguas.
¿Por qué, niña, las olas
en tu huerto de campánulas?
¿quién, a las barcas negras,
les corto las amarras?
Tus gaviotas salobres
me yerman la esperanza;
¿es, acaso, la madre
que no ve mi albahaca?
Recuesta, niña, niña,
esa luna mojada;
dile en voces de mimbre
que amarre las barcas.
Dale zumo de mieles
y vívela de acacia,
o deshoja tus manos
en caricias de nácar.
¿Por qué bebes tu pena
en su vaso de escarchas?
¿no sabes, dí, que niega
entregarme tu dalia?
Bajo rosas de sombra
o raíces del alba,
sin que grazne el queltehue
llegaré a tu ventana.
Con sus viejos fusiles
y cargados de lágrimas,
buscará nuestros pasos
entre duna y montaña.
Fantasía en sombra
Con escarpines de acacia
la bruma ronda los árboles
Sobre una ausencia de hojas
pasa la novia del valle,
quiebra sus blancas magnolias
en los jardines del aire.
Como en la sombra se vuela
Mi garza de soledades.
Sientras los trompes y el agua,
arpa y manos de cristales,
en el silencio tripulan
triste caracol de sangre.
Sólo yo bajo la bruma
en estepa sin pinares.
Estampas del trome
Bayoneta vertical de los remansos
para impedir la invasión de las estrellas;
arpa triste de los rezagos húmedos,
melodía para el canto de los pájaros.
Si lo miro en la luna del estanque
es verde lluvia cayendo en el vidrio,
alfanje que corta serpientes de agua,
bailarina de la estera movible.
Arponero vegetal de las orillas
para hendir las garzas al crepúsculo,
a veces yo lo sé de centinela
de la rosa que crece en la montaña.
Lo he visto prisionero de las chozas,
llorando su agonía en los inviernos;
agreste hermano del hermano agreste,
hijo y bandera de la tierras indias.
Horizonte de soledad
El horizonte abandonado
tiene velámenes de agua
y la flauta de los pájaros
ya no viene a mi ventana.
El magro potro del viento
trae jinetes de escarcha,
mientras la tarde incolora
duerme yerma, solitaria.
Por los caminos mojados
hay un trajín de miradas,
y sólo las hojas muertas
comulgan con mi esperanza.
En los árboles desnudos
la luna rompe su bata
y en mi oído ara el silencio
en busca de su palabra.
Mis manos entumecidas
están llorando su gracia,
silueta de puro mimbre
o tibio país de acacia.
A la orilla de la tarde
volverá como las barcas
en esa rosa dormida
de los jardines del agua.
He de buscar en la sombra
jacinto que no se alcanza,
ni sus almendras de cielo
en mis noches dilatadas.
Cerrado anillo de hielo
me escancia toda su dalia
y yo me quedo más solo
que el agua de mi montaña.
Morfología del sauce
Posada de los pájaros
en el meridiano negro.
Grácil cadera hawaiana
cimbrándose en el cielo.
Jaula de seda verde
en los balcones de enero.
En el puerto de las flores
balandro de jilgueros.
En la siesta de amapolas
incitante bebedero.
Suave corral de música
si lo toca el viento.
Y columpio de la lluvia
su lánguido cabello.
Y campana de mi valle
en la rosa del silencio.
Y vendedor de lágrimas
en las calles del tiempo.
Ensueño de playa ausente
Un pez de cielo
juega en el agua;
las olas fingen
dunas de plata.
Música isleña
mueven las palmas
y los guayabos
vierten sus lágrimas.
Viejos balandros
que están al ancla
fuman los viajes
de mares altas.
Lobos azules
vienen y zarpan,
potros maduros,
toros de nácar.
Agil mosaico,
sueño hamaca,
la espuma tiene
temblor de acacia.
¿Por que la sombra
trajina el alba?
¿por qué tu mano
ala de garza?
Cuida mi valle,
luna de azándar,
guarda la noche
que me entregaras.
No dejo grillos
en tu ventana,
ni mi regreso
sostiene huascas.
Te sé de nieve
ostra cerrada
gacela triste,
jardín con alas.
Bajo las hojas
solloza el agua
oscura niebla
bruma la dársena.
Rosas de vidrio
como se talan,
¿por qué las corta
tu pena blanca?
La voz del viento
por la ensenada
lleva la sombra
de mi palabra.
Lejanos mundo
elevan su daga
sobre los lomos
de bestia glauca.
Los cocoteros
cimbran su gracia
y hay amapolas
baja las gavias.
Sobre la arena
amplia gitana,
la noche isleña
baila descalza.
Tres lunas tiene
entre ancla y ancla
queche lobero
que deja el abra.
Jilguero triste
también se amarga
cuando en su nido
llora una flauta.
A la orilla de la noche
HORIZONTE de mis ansias,
puerto grácil de mis manos,
en tu regazo de almendro
me voy a comer un nardo.
Hay un cielo de jacintos
en el país de los barcos
y, suave tabaco de algas,
están las olas fumando.
En una danza de mimbre
la luz salta los álamos;
sobre las rocas desnudas
bailan caracoles blancos.
Bajo tus faros de cielo
albo sueño de naranjos,
y dos copihues de nieve
que nadie supo grávidos.
Por la esquina de las hojas,
se va la tarde llorando
y los tréboles floridos
beben ausencia de pájaros.
El silencio de tu huerto
tiene sabor a durazno;
en el columpio de las olas
están jugando los astros.
Jinete del sur distante
galopa negro y helado
en un parva de luna
dormidas tengo las manos.
El tiempo vende neveras
con sus claveles amargos;
en un puerto de olvido
voy a fumar tu milagro.
Apunte de zona indecisa
Postigos de sombra
cerraron la tarde,
el viento marino
se llena de sales.
Regreso de pájaros
en todos los árboles,
el agua se duerme
y la luna nace.
Cargados de cielo
en los siete mares,
fumando distancias,
los veleros parten.
Una garza corta
la seda del aire,
sus puñales blancos
no matan a nadie.
Las olas florecen
magnolias de madre,
y la espuma fluye
por los arenales.
Angra de silencio
muelle del romance,
y un hurto de lilas
caído en los mares.
Y mientras yo siento
la noche acercarse,
la luna, en el agua,
comienza su viaje.
Espigadora del silencio
Te pensaba sumergida en bahías deshojadas
y llegas tripulando mi horizonte de silencios,
como el cabello húmedo de todas las orillas,
como la garza, tardío témpano del cielo.
Nunca podré embarcarte hacia la costa del humo
por que yo retengo tu cargamento de trébol;
nunca donde van los pájaros nómades del agua,
arponera de lilas en el dormido sendero.
Vienes vestida con la glicina de la tarde,
hablándome con la seda del aire en los almendros;
crecida como un lirio en el río de mi sangre,
mis ojos te buscan en la rosa de los vientos.
La ausencia dibuja el mapa de un país de mimbre,
crepúsculo del ansia, remanso del deseo;
para no irme tocando tus riberas de luna
tengo que recoger mi velamen de recuerdos.
Digo de las garzas
Digo que no son estrellas
paciendo en angra marina,
ni legionarios de acacia
sobre la duna morisca.
Qué son arpones de espuma
en las esquinas del día,
en el crepúsculo digo
témpanos a la deriva.
Abajo muelle con algas,
muelle de boldos arriba,
aviones de plata virgen
volando sobre las quilas.
Qué son pedazos de luna
en el verde de la orilla,
con su plumaje de nieve
mi novia se vestiría.
Junto a los tromes se ponen
a conversar con la brisa,
la mariposa del aire
lame su sueño de islas.
En el parque de la tarde,
cuando vienen y se anidan,
me digo que son tus senos
en un corpiño de lilas.
En el cielo son tus manos
cuando la barca se singla,
y en el rumbo de mis pasos
como tú tañen mi vida.
La tarde junto al mar
Que gusto me da llevarla del brazo
por las grises llanuras de la orilla,
cuando su voz azul dice de viajes
y es tan tenue su vestido de brisa,
y es fucsia deshojada el horizonte
y es lágrima la luna en la bahía
y tabaco en la pipa de mis ojos
lo mismo que mi niña pensativa.
Clámide de sombra en el mar; parece
que le hizo una manda a las lilas,
entre sus dedos de cielo se pasan
como rosarios las aves marinas;
en su cubierta de junco yo embarco
corazón embrujado por las islas
o leo en la música de los tromes
el verde y viejo adiós de las colinas.
Tanta rosa en su silencio de vidrio,
tanta escarcha cuando cambian los días,
a veces ha perdido por los huertos
un libro de sueltas hojas amarillas;
pero es siempre regazo de los pájaros
y la novia del mar que la convida,
desde la playa, volando, las garzas
le dan su bendición de alas dormidas.
Ventana en invierno
PAJAROS de niebla
pican mi ventana,
puñales de vidrio
cuando llora el agua.
El viento se come
las hojas cansadas,
mientras en el huerto
pena la fragancia.
Monedas de cielo
había en las ramas,
sobre mi ventana
silencios de acacia.
Lluvia de heliotropos
era tu mirada
pérgola de música
cuando conversabas.
Nave en mi ribera,
lumbre en tu montaña:
¿hay en tus crepúsculos
agonías blancas?
Todo era distinto
junto a tu palabra,
el tiempo tenía
detenida el alba.
Los árboles eran
floridas guitarras,
el estero mismo
una azul balada.
Ahora el invierno
ambula la playa,
las docas se siegan
con hoces de escarcha.
Los barcos loberos
recuestan el ansia,
pitando la ausencia
de rudas jornadas.
Se visten de novias
las olas del abra,
las miro neveras
desde mi ventana.
En los cuatro vidrios
boga la distancia,
nido de palomas,
poza de tus anclas.
Muelle de la luna
que dejó su gracia,
donde la ternura
era flor con alas.
La tarde me trae
bruma de nostalgias,
las mareas grises
cortan sus amarras.
Lo mismo que entonces
abro mi ventana
y sueño en la sombra
como si llegaras.
La niña del río
Venía la niña
en alba de vidrio,
su voz en el cielo
flauta de jacintos.
De verla , los tromes
temblaban erguidos
y abrían sus alas
las lumas del río.
En poza de aromas
lucero dormido,
lágrima del alba
es siempre el rocío.
Lavaba su rostro
de maduro trigo
y en las tersas aguas
hendía el botijo.
Con ágiles dedos
peinaba sus rizos
y, ufana, fresquita,
camino al bohío.
Detrás de los boldos
los ojos perdidos,
y yo solo, solo ,
paisaje esquivo.
A veces, la niña,
con cielo encendido,
cruzaba la arena
en bata de lirios.
Segaba los tromes
por verle el vestido,
por todo el remanso
gracioso pez lindo.
Vigía del boldo
cambiaba de sitio;
de mirar el agua,
náufrago perdido.
El sauce sabía
mi juego atrevido,
por eso las ramas
encajes del río.
Doblaba los tromes
ciervo fugitivo.
¿Quién pisa las ramas?
¿alas en mi oído?
Saliendo del agua,
sin nada imprevisto,
en el pasto verde
jugaba al olvido.
Quince años tenía
pájaro escondido,
sol a sol estaba
bebíendose el río.
Con la luna agreste
que le fue propicio,
no volvía sola
corazón de olivo.
Sombra entre lilas
Arpones de seda
en su ventanal.
¿No trae, mi niña,
su pez de coral?
¿Vigía de piedra
no la deja hablar?
Un beso de lilas
la viene a tocar.
Le bruma los ojos
rocío del mar.
De su cielo nacen
mundos de cristal.
El agua nocturna
tiembla de azahar.
Viejos pescadores
dormitan su afán.
El silencio mismo
los deja pasar.
Manada de espuma
en azul balar.
Dos garzas inquietas
en tu vidrio están.
Mensaje de grillos
baja del pinar.
La pena verde
Viene la noche torcida
por caminos de amapolas,
desde los cerros cabalga
jinetes de aroma.
El mar destrenza sus algas
con el trajín de las olas
y tiende velos de acacia
sobre la paz de la costa.
Besa capullos de felpa,
humedeciendo la fronda,
pájaro vidrio sin alas,
tripulante de la aurora.
En mareas de silencio,
litoral de mariposa,
un barco de cinco juncos
te navega las magnolias.
Tus ojos de pena verde,
verde inquietud asoman,
se recoge mapa blanco
todo sabiendo a rosas.
Que no lo sepan los grillos
en la puerta de mi alcoba,
ni los violines del huerto
cuando se vaya tu boca.
Nadie, niña, nadie, niña,
en el sendero de las docas,
en un chamanto de bruma
caballo de altas horas.
Una espera de limones,
toda nácar, toda sola,
sin fucsias oprimidas
ni abierto trébol de sombras.
Niña vestida de luna,
suave gusano sin hojas,
en un oasis del cielo
aguada la sed tan onda.
En un buque de jacintos
se embarcaron las gaviotas,
largos cometas de humo
en el cielo de las chozas.
Niña, por tu pena verde,
verde corazón de esponja;
no me cierres el regreso
con un anillo de ostras.
Navidad de alba silvestre
Como una enredadera de música
hacia tu corazón yo voy de viaje
en los jardines lentos del crepúsculo,
deshojando el jacinto de mi clámide;
entre tus brazos columbré mi puerto
como un regazo de garzas, y nadie
lo haría dócil cielo de heliotropos
para vuelo de turbios madrigales.
Niña de la cabaña marinera,
prisionera de glaucas soledades
y flauta de juncos entre mis manos
bajo el lánguido encaje de los sauces;
era grillo nocturno en tu ventana
y desolada bahía sin mástiles
por tu ávida ternura de paloma
y una isla de hechiceros litorales.
Como murmullo de agua por la hierba
el cariño empezaba a insinuarse,
se perdían tus ojos de tristeza
por la senda orillada de michayes,
por la falda fraganciosa de boldos
hacia los huertos y humildes solares;
traías una cesta de uvas frescas
cogidas de tu vid de suavidades.
Era una tenue vibración de tromes,
como un vuelo de flamencos en la tarde,
como un andar con sandalia de luna
sobre la felpa agreste de los valles;
no sabía como estaba en tu ribera,
ni como tierno gondolero de tu sangre,
mariposa dormida entre los senos,
trébol florido con tu voz en el aire.
Ahora que limito una azucena
y es mía dulce gaita de diamantes,
se cubre mi corazón de neblinas
cuando miro las velas alejarse
o florecen estrellas mis almendros
como en nocturnos huertos siderales
por una ansia de azules horizontes
en la comba movible de los mares.
Pero tengo mi quíñimo de lilas
sorprendidas tras yermos arenales,
brotadas en el canelo de tus ojos
y abiertas a tu lumbre de azahares.
Las hojas, hojas y en el mar la espuma;
para los dos sólo un camino nace
lleno de soles, pámpanos o brumas
hasta que el tiempo anude o nos separe.
INDICE
Balumbas de costa dormida.
Niña de los quince juncos.
Camino del embarcadero antiguo.
Adiós de pájaros.
Bosquejo de gris mojado.
Deseo en viaje real.
Nocturno en el remanso.
Angarilleros del último viaje.
Consejo de pena y distancia.
Fantasía en sombras.
Estampas del trome.
Horizonte de soledad.
Morfología del sauce.
Ensueño de playa ausente.
A la orilla de la noche.
Apunte de zona indecisa.
Espigadora del silencio.
Digo de las garzas.
La tarde junto al mar.
Ventana en invierno.
La niña del río.
Sombra entre lilas.
La pena verde.
Navidad de alba silvestre.
domingo, 12 de febrero de 2012
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