domingo, 12 de febrero de 2012

Clima de anclas.

Balumbas de costa dormida










Se despluma en los tejados

una paloma de acacia

fina garúa de trébol

tapiza vidrio y distancia.



Con la armónica de río

la noche araucana canta.

Es el viento en los pehuenes

su nostálgica balada.



Se vuelve clarín de pena

la oveja rezagada.

Hermana negra la sigue

bajando de la montaña.



La luna hace jeroglíficos

de sardinas en el agua.

Un encaje de azucenas

está tejiendo la playa.



Morena de mis orillas

y olorosa de retamas.

Cuando pases a la fuente

acaso me broten alas.



Todos los días te pienso

semillero de esperanzas.

Y ahora que estás crecida

tengo de lilas el alma.



























Niña de los quince juncos.











Para quererte me puse

este chamanto de luna,

niña de la dalia blanca

niña de la voz de música.



Espuela de girasoles

para llamar tu dulzura,

y toda mi alma la tengo,

por ti, vestida de fucsia.



Suave mar de terciopelo,

dos canastillos de luna.

El trébol está llorando

por ver el alba desnuda.



Por las caderas de mimbre

que nadie las tuvo nunca,

yo, de recoger estrellas,

ya tengo el ansia madura.



Sin embargo tu velero

no quiere torcer la ruta

y mi puerto de caricias

está quemando su brújula.



Niña de los quince juncos,

por esta ávida sed única,

déjame pasar al huerto

para comerme las uvas.





























Camino del embarcadero antiguo.







Entre cuatro chozas,

solitario, muerto.

Vestido de musgo

le crece a los techos.



Lagarto de arena

se come los huertos,

y el camino solo

margina al estero.



La sal de los mares

lo bautiza viejo,

las hembras del agua

le muestran los senos.



Nadie quiere lomo

del antiguo camello,

ni estiban los frutos

los blancos veleros.



En las tablas grises

del embarcadero,

la soledad carga

sacos de recuerdos.



Gusano lavado

por aguas de invierno,

se viene sinuoso

reptando los cerros.



Le nacen las piedras,

colmillos de perro;

los sauces no llenan

abandono yermo.





Ni hojas de boldo

aroman su cuerpo

ni las niñas bajan

con cestas de peumos.



Si llega la tarde

la arrea el silencio,

o silba en los quiscos,

mulero del viento.



Pluviosas, heladas,

pacen su abolengo

ovejas marinas

que no tienen dueño.



Los pájaros trazan,

en campos de cielo,

bandada de rosas

o fuga de ciervos.



No hay nada que diga

de rudos loberos

ausencia de pieles,

de ron y de ajenjo.



Gitana de nácar,

la novia del tiempo,

deshoja entre nubes,

monedas de trébol.



Y cuando regresan

los caballos negros,

yo miro mis manos

hilando recuerdos.





























Adiós de pájaros









Se que será una tarde

con gaviotas de verano,

como veleros de espuma

surcarán por el espacio;

sin masacre de recuerdos

o sin lirios deshojados,

solo cuatro voces blancas

ancladas sobre las manos.



La brisa fresca del valle

cortará seda en los álamos

y una abeja de esperanza

nos pondrá de miel los labios;

la garza de tu pañuelo

no volará en el ocaso

cuando mi sombra se pierda

por la orilla de los barcos.



Será paloma dormida

mi palabra en tu regazo

y un heliotropo distante

la prisión de tus encantos,

tal vez un eco de lilas

volviendo de aquel milagro

y en las redes de la tarde

como rosario de sándalo.



Pero sé que nos iremos

así como los pájaros,

tú, por la senda del bosque

irás cogiendo retamos;

yo, por la playa desierta

seré como el mar, cantando,

y estaremos más ausentes

que antes de encontrarnos.











Ya no pondremos los ojos

quietos como los remansos,

cuando miraba ti cielo

como un almendro nevado,

cuando cogías mi rostro

en una cesta de raso

y era el mismo silencio una rosa

mordida por nuestros pasos.



Ni la música encendida

en el jardín tuyo y blanco,

crecieron flores de bruma

y ríos de hielos entre ambos;

mi brújula de horizontes

no tiene norte marcado

y ahora no es un jacinto

tu corazón en mis brazos.







































































Bosquejo en gris mojado









Un caserío de trome

sobre la arena se esfuma.

Por los senos de la costa

turbios collares de lluvia,

van agrupando espejos

en las alforjas desnudas.



Trineos de vidrio bajan

desde las ramas oscuras.

En el país de los barcos

crecen montañas de luna,

y en el ojal de las playas

ponen sus flores de espuma.



En el regazo del valle

reptan culebras de música.





















































Deseo en viaje real









Buda tejiendo pagodas azules,

clavelina con tul de madrugadas;

en mi nítido mundo de heliotropos,

mariposa de seda en las palabras.



Campanario de pájaros distantes,

presentido pescador de tu dársena;

me llama un pálido tambor de rosas

desde tu regazo de dunas ávidas.



Me nacen trepadoras en las manos

por esa flor de luna solitaria,

por ese campo de madura espiga,

por esa herida que en música me habla.



Se me llenan de fucsias los silencios

y una serpiente por la piel me anda,

me vuelvo marea de crepúsculos

sobre la dócil playa de mis sábanas.



Me persiguen murciélagos de fuego

por tu presencia desnuda y grávida,

por tu valle con raíces de sombra

y por tu desierto de acacia en llamas.



Cómo espero el invierno de las lilas

y el eclipse del lirio en tu ventana.

un blanco palomar de soledades

es ahora prisionero de mi alma.























Nocturno en el remanso













Tibia mano oscurecida

busca limosna de cielo.

La guitarra de los tromes

juega canciones de enero.



Hablan mapuche verde

el boldo con el canelo.

Los peces de lago grande

no visten color de trébol.



Dormitan su quena agreste

las loicas y los jilgueros.

Y en un anillo de hojas

se queda rumiando el viento.



Ovejas de plata antigua

arrea pastor del tiempo.

Vienen buscando el agua

por las ventanas del cerro.



Dos pumas de tenue almendra

asechan un cauce muerto.

Están lamiendo la felpa

mansa y azul del estero.



Siempre las cojo mojadas¡

con esta red de mi ensueño.

Bajo una lluvia de juncos

crecida flor de silencios.









Angarilleros del último viaje











Bandeja de muerte

en cuatro pilares.

Muelle de madera

del último viaje.



Angarilla lenta

por los arenales.

El cielo esquilaba

vellones de sangre.



Por la orilla sola

rezongaba el aire.

Y en las cuatro tablas

ladrón de los mares.



Ocho lunas grises

recogiendo al valle.

Cuatro mariposas

por las soledades.



Las lunas de vidrio

sin mirar a nadie.

Sus campanas verdes

tocaban los sauces.



Angarilla al hombro

por Caleta Grande.

Cuatro pescadores

que besó la tarde.





Consejo de pena y distancia









En tus pozos de almendra,

columpio de mis garzas,

y en tu cielo de rosas

hay rastrojo de aguas.



¿Por qué, niña, las olas

en tu huerto de campánulas?

¿quién, a las barcas negras,

les corto las amarras?



Tus gaviotas salobres

me yerman la esperanza;

¿es, acaso, la madre

que no ve mi albahaca?



Recuesta, niña, niña,

esa luna mojada;

dile en voces de mimbre

que amarre las barcas.



Dale zumo de mieles

y vívela de acacia,

o deshoja tus manos

en caricias de nácar.



¿Por qué bebes tu pena

en su vaso de escarchas?

¿no sabes, dí, que niega

entregarme tu dalia?



Bajo rosas de sombra

o raíces del alba,

sin que grazne el queltehue

llegaré a tu ventana.



Con sus viejos fusiles

y cargados de lágrimas,

buscará nuestros pasos

entre duna y montaña.













Fantasía en sombra







Con escarpines de acacia

la bruma ronda los árboles

Sobre una ausencia de hojas

pasa la novia del valle,

quiebra sus blancas magnolias

en los jardines del aire.



Como en la sombra se vuela

Mi garza de soledades.

Sientras los trompes y el agua,

arpa y manos de cristales,

en el silencio tripulan

triste caracol de sangre.

Sólo yo bajo la bruma

en estepa sin pinares.





















































Estampas del trome







Bayoneta vertical de los remansos

para impedir la invasión de las estrellas;

arpa triste de los rezagos húmedos,

melodía para el canto de los pájaros.



Si lo miro en la luna del estanque

es verde lluvia cayendo en el vidrio,

alfanje que corta serpientes de agua,

bailarina de la estera movible.



Arponero vegetal de las orillas

para hendir las garzas al crepúsculo,

a veces yo lo sé de centinela

de la rosa que crece en la montaña.



Lo he visto prisionero de las chozas,

llorando su agonía en los inviernos;

agreste hermano del hermano agreste,

hijo y bandera de la tierras indias.



































Horizonte de soledad







El horizonte abandonado

tiene velámenes de agua

y la flauta de los pájaros

ya no viene a mi ventana.



El magro potro del viento

trae jinetes de escarcha,

mientras la tarde incolora

duerme yerma, solitaria.







Por los caminos mojados

hay un trajín de miradas,

y sólo las hojas muertas

comulgan con mi esperanza.



En los árboles desnudos

la luna rompe su bata

y en mi oído ara el silencio

en busca de su palabra.



Mis manos entumecidas

están llorando su gracia,

silueta de puro mimbre

o tibio país de acacia.



A la orilla de la tarde

volverá como las barcas

en esa rosa dormida

de los jardines del agua.



He de buscar en la sombra

jacinto que no se alcanza,

ni sus almendras de cielo

en mis noches dilatadas.



Cerrado anillo de hielo

me escancia toda su dalia

y yo me quedo más solo

que el agua de mi montaña.







































Morfología del sauce







Posada de los pájaros

en el meridiano negro.



Grácil cadera hawaiana

cimbrándose en el cielo.



Jaula de seda verde

en los balcones de enero.



En el puerto de las flores

balandro de jilgueros.



En la siesta de amapolas

incitante bebedero.



Suave corral de música

si lo toca el viento.



Y columpio de la lluvia

su lánguido cabello.



Y campana de mi valle

en la rosa del silencio.



Y vendedor de lágrimas

en las calles del tiempo.

Ensueño de playa ausente







Un pez de cielo

juega en el agua;

las olas fingen

dunas de plata.



Música isleña

mueven las palmas

y los guayabos

vierten sus lágrimas.



Viejos balandros

que están al ancla

fuman los viajes

de mares altas.



Lobos azules

vienen y zarpan,

potros maduros,

toros de nácar.



Agil mosaico,

sueño hamaca,

la espuma tiene

temblor de acacia.



¿Por que la sombra

trajina el alba?

¿por qué tu mano

ala de garza?



Cuida mi valle,

luna de azándar,

guarda la noche

que me entregaras.



No dejo grillos

en tu ventana,

ni mi regreso

sostiene huascas.









Te sé de nieve

ostra cerrada

gacela triste,

jardín con alas.



Bajo las hojas

solloza el agua

oscura niebla

bruma la dársena.



Rosas de vidrio

como se talan,

¿por qué las corta

tu pena blanca?



La voz del viento

por la ensenada

lleva la sombra

de mi palabra.



Lejanos mundo

elevan su daga

sobre los lomos

de bestia glauca.



Los cocoteros

cimbran su gracia

y hay amapolas

baja las gavias.



Sobre la arena

amplia gitana,

la noche isleña

baila descalza.



Tres lunas tiene

entre ancla y ancla

queche lobero

que deja el abra.







Jilguero triste

también se amarga

cuando en su nido

llora una flauta.









A la orilla de la noche







HORIZONTE de mis ansias,

puerto grácil de mis manos,

en tu regazo de almendro

me voy a comer un nardo.



Hay un cielo de jacintos

en el país de los barcos

y, suave tabaco de algas,

están las olas fumando.



En una danza de mimbre

la luz salta los álamos;

sobre las rocas desnudas

bailan caracoles blancos.



Bajo tus faros de cielo

albo sueño de naranjos,

y dos copihues de nieve

que nadie supo grávidos.



Por la esquina de las hojas,

se va la tarde llorando

y los tréboles floridos

beben ausencia de pájaros.



El silencio de tu huerto

tiene sabor a durazno;

en el columpio de las olas

están jugando los astros.



Jinete del sur distante

galopa negro y helado

en un parva de luna

dormidas tengo las manos.



El tiempo vende neveras

con sus claveles amargos;

en un puerto de olvido

voy a fumar tu milagro.







Apunte de zona indecisa







Postigos de sombra

cerraron la tarde,

el viento marino

se llena de sales.



Regreso de pájaros

en todos los árboles,

el agua se duerme

y la luna nace.



Cargados de cielo

en los siete mares,

fumando distancias,

los veleros parten.



Una garza corta

la seda del aire,

sus puñales blancos

no matan a nadie.



Las olas florecen

magnolias de madre,

y la espuma fluye

por los arenales.



Angra de silencio

muelle del romance,

y un hurto de lilas

caído en los mares.



Y mientras yo siento

la noche acercarse,

la luna, en el agua,

comienza su viaje.





















Espigadora del silencio







Te pensaba sumergida en bahías deshojadas

y llegas tripulando mi horizonte de silencios,

como el cabello húmedo de todas las orillas,

como la garza, tardío témpano del cielo.



Nunca podré embarcarte hacia la costa del humo

por que yo retengo tu cargamento de trébol;

nunca donde van los pájaros nómades del agua,

arponera de lilas en el dormido sendero.



Vienes vestida con la glicina de la tarde,

hablándome con la seda del aire en los almendros;

crecida como un lirio en el río de mi sangre,

mis ojos te buscan en la rosa de los vientos.



La ausencia dibuja el mapa de un país de mimbre,

crepúsculo del ansia, remanso del deseo;

para no irme tocando tus riberas de luna

tengo que recoger mi velamen de recuerdos.











































Digo de las garzas







Digo que no son estrellas

paciendo en angra marina,

ni legionarios de acacia

sobre la duna morisca.



Qué son arpones de espuma

en las esquinas del día,

en el crepúsculo digo

témpanos a la deriva.



Abajo muelle con algas,

muelle de boldos arriba,

aviones de plata virgen

volando sobre las quilas.



Qué son pedazos de luna

en el verde de la orilla,

con su plumaje de nieve

mi novia se vestiría.



Junto a los tromes se ponen

a conversar con la brisa,

la mariposa del aire

lame su sueño de islas.



En el parque de la tarde,

cuando vienen y se anidan,

me digo que son tus senos

en un corpiño de lilas.



En el cielo son tus manos

cuando la barca se singla,

y en el rumbo de mis pasos

como tú tañen mi vida.























La tarde junto al mar







Que gusto me da llevarla del brazo

por las grises llanuras de la orilla,

cuando su voz azul dice de viajes

y es tan tenue su vestido de brisa,

y es fucsia deshojada el horizonte

y es lágrima la luna en la bahía

y tabaco en la pipa de mis ojos

lo mismo que mi niña pensativa.



Clámide de sombra en el mar; parece

que le hizo una manda a las lilas,

entre sus dedos de cielo se pasan

como rosarios las aves marinas;

en su cubierta de junco yo embarco

corazón embrujado por las islas

o leo en la música de los tromes

el verde y viejo adiós de las colinas.



Tanta rosa en su silencio de vidrio,

tanta escarcha cuando cambian los días,

a veces ha perdido por los huertos

un libro de sueltas hojas amarillas;

pero es siempre regazo de los pájaros

y la novia del mar que la convida,

desde la playa, volando, las garzas

le dan su bendición de alas dormidas.











































Ventana en invierno







PAJAROS de niebla

pican mi ventana,

puñales de vidrio

cuando llora el agua.



El viento se come

las hojas cansadas,

mientras en el huerto

pena la fragancia.



Monedas de cielo

había en las ramas,

sobre mi ventana

silencios de acacia.



Lluvia de heliotropos

era tu mirada

pérgola de música

cuando conversabas.



Nave en mi ribera,

lumbre en tu montaña:

¿hay en tus crepúsculos

agonías blancas?



Todo era distinto

junto a tu palabra,

el tiempo tenía

detenida el alba.



Los árboles eran

floridas guitarras,

el estero mismo

una azul balada.







Ahora el invierno

ambula la playa,

las docas se siegan

con hoces de escarcha.



Los barcos loberos

recuestan el ansia,

pitando la ausencia

de rudas jornadas.



Se visten de novias

las olas del abra,

las miro neveras

desde mi ventana.



En los cuatro vidrios

boga la distancia,

nido de palomas,

poza de tus anclas.



Muelle de la luna

que dejó su gracia,

donde la ternura

era flor con alas.



La tarde me trae

bruma de nostalgias,

las mareas grises

cortan sus amarras.



Lo mismo que entonces

abro mi ventana

y sueño en la sombra

como si llegaras.



























La niña del río







Venía la niña

en alba de vidrio,

su voz en el cielo

flauta de jacintos.



De verla , los tromes

temblaban erguidos

y abrían sus alas

las lumas del río.



En poza de aromas

lucero dormido,

lágrima del alba

es siempre el rocío.



Lavaba su rostro

de maduro trigo

y en las tersas aguas

hendía el botijo.



Con ágiles dedos

peinaba sus rizos

y, ufana, fresquita,

camino al bohío.



Detrás de los boldos

los ojos perdidos,

y yo solo, solo ,

paisaje esquivo.



A veces, la niña,

con cielo encendido,

cruzaba la arena

en bata de lirios.



Segaba los tromes

por verle el vestido,

por todo el remanso

gracioso pez lindo.









Vigía del boldo

cambiaba de sitio;

de mirar el agua,

náufrago perdido.



El sauce sabía

mi juego atrevido,

por eso las ramas

encajes del río.



Doblaba los tromes

ciervo fugitivo.

¿Quién pisa las ramas?

¿alas en mi oído?



Saliendo del agua,

sin nada imprevisto,

en el pasto verde

jugaba al olvido.



Quince años tenía

pájaro escondido,

sol a sol estaba

bebíendose el río.



Con la luna agreste

que le fue propicio,

no volvía sola

corazón de olivo.





































Sombra entre lilas







Arpones de seda

en su ventanal.



¿No trae, mi niña,

su pez de coral?



¿Vigía de piedra

no la deja hablar?



Un beso de lilas

la viene a tocar.



Le bruma los ojos

rocío del mar.



De su cielo nacen

mundos de cristal.



El agua nocturna

tiembla de azahar.



Viejos pescadores

dormitan su afán.



El silencio mismo

los deja pasar.



Manada de espuma

en azul balar.



Dos garzas inquietas

en tu vidrio están.



Mensaje de grillos

baja del pinar.



















La pena verde







Viene la noche torcida

por caminos de amapolas,

desde los cerros cabalga

jinetes de aroma.



El mar destrenza sus algas

con el trajín de las olas

y tiende velos de acacia

sobre la paz de la costa.



Besa capullos de felpa,

humedeciendo la fronda,

pájaro vidrio sin alas,

tripulante de la aurora.



En mareas de silencio,

litoral de mariposa,

un barco de cinco juncos

te navega las magnolias.



Tus ojos de pena verde,

verde inquietud asoman,

se recoge mapa blanco

todo sabiendo a rosas.



Que no lo sepan los grillos

en la puerta de mi alcoba,

ni los violines del huerto

cuando se vaya tu boca.



Nadie, niña, nadie, niña,

en el sendero de las docas,

en un chamanto de bruma

caballo de altas horas.



Una espera de limones,

toda nácar, toda sola,

sin fucsias oprimidas

ni abierto trébol de sombras.







Niña vestida de luna,

suave gusano sin hojas,

en un oasis del cielo

aguada la sed tan onda.



En un buque de jacintos

se embarcaron las gaviotas,

largos cometas de humo

en el cielo de las chozas.



Niña, por tu pena verde,

verde corazón de esponja;

no me cierres el regreso

con un anillo de ostras.



































































Navidad de alba silvestre







Como una enredadera de música

hacia tu corazón yo voy de viaje

en los jardines lentos del crepúsculo,

deshojando el jacinto de mi clámide;

entre tus brazos columbré mi puerto

como un regazo de garzas, y nadie

lo haría dócil cielo de heliotropos

para vuelo de turbios madrigales.



Niña de la cabaña marinera,

prisionera de glaucas soledades

y flauta de juncos entre mis manos

bajo el lánguido encaje de los sauces;

era grillo nocturno en tu ventana

y desolada bahía sin mástiles

por tu ávida ternura de paloma

y una isla de hechiceros litorales.



Como murmullo de agua por la hierba

el cariño empezaba a insinuarse,

se perdían tus ojos de tristeza

por la senda orillada de michayes,

por la falda fraganciosa de boldos

hacia los huertos y humildes solares;

traías una cesta de uvas frescas

cogidas de tu vid de suavidades.



Era una tenue vibración de tromes,

como un vuelo de flamencos en la tarde,

como un andar con sandalia de luna

sobre la felpa agreste de los valles;

no sabía como estaba en tu ribera,

ni como tierno gondolero de tu sangre,

mariposa dormida entre los senos,

trébol florido con tu voz en el aire.

















Ahora que limito una azucena

y es mía dulce gaita de diamantes,

se cubre mi corazón de neblinas

cuando miro las velas alejarse

o florecen estrellas mis almendros

como en nocturnos huertos siderales

por una ansia de azules horizontes

en la comba movible de los mares.



Pero tengo mi quíñimo de lilas

sorprendidas tras yermos arenales,

brotadas en el canelo de tus ojos

y abiertas a tu lumbre de azahares.

Las hojas, hojas y en el mar la espuma;

para los dos sólo un camino nace

lleno de soles, pámpanos o brumas

hasta que el tiempo anude o nos separe.































































INDICE



Balumbas de costa dormida.

Niña de los quince juncos.

Camino del embarcadero antiguo.

Adiós de pájaros.

Bosquejo de gris mojado.

Deseo en viaje real.

Nocturno en el remanso.

Angarilleros del último viaje.

Consejo de pena y distancia.

Fantasía en sombras.

Estampas del trome.

Horizonte de soledad.

Morfología del sauce.

Ensueño de playa ausente.

A la orilla de la noche.

Apunte de zona indecisa.

Espigadora del silencio.

Digo de las garzas.

La tarde junto al mar.

Ventana en invierno.

La niña del río.

Sombra entre lilas.

La pena verde.

Navidad de alba silvestre.











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